11 enero 2005

TOMA I

Siempre se dijo que todo hombre tiene su precio.
Según pudo comprobarse mas tarde, el de Damián, esa mañana de febrero era de $1894 mas impuestos.
Hasta acá: un comienzo prometedor. Bastante, me animaría a decir.
Después: la historia se diluye.
Damián: sin demasiadas pretensiones, sin ambiciones, sin un mínimo dejo de pasión. Sin demasiada madera de valiente. Hasta acá.
Después lo matan, de una manera poco honrosa, pero sin dolor. Aunque eso viene después.
Ahora no. Ahora esta vivo, jugando con un cortaplumas, tallando el borde de la mesa. DAM alcanzo a escribir en tipografía rústica. Llamarlo un trabajo artesanal seria demasiado. Nunca fue muy hábil con las manos. De chico una vez quiso armar un avión heller de colección. Se pegoteo todos los dedos, se irrito la piel de las yemas. Nunca más probo de hacer nada.
Lo del cortaplumas y la mesa nada tiene que ver con el nerviosismo de lo que pasaría después. Visto retrospectivamente, es demasiado simbólico como para dejar de asentarlo en una narración mediocre como esta. DAM.
Se siente un personaje de Borges, sin saber que es parte de algo mucho mas tosco y olvidable.
Antes de esa mañana no había demasiado por contar. Días después, el diario apenas haría mención en una nota perdida entre avisos de préstamos personales y solicitadas varias.
Semanas después: nada. Como al principio. La normalidad.
En los 31 años que llevaba Damián apenas hubo horas que realmente valieran la pena compilar. Las 3 horas más intensas de esa mañana seguramente deberían figurar resaltadas en esa hipotética antología. Quizá nunca se sepa que pasó. Pocos testigos, nada que hacerle. Cuando uno se tiene que morir, se muere y listo. A no esperar signos, señales ni nada de eso. Se muere y listo.